El camino hacia la individualidad creativa: Carta a los niños interiores.

La mayoría de los seres humanos crecemos rodeados de adultos y rodeados de una cultura adulta que a menudo malinterpreta la responsabilidad.

A muchos nos fué enseñado que ser responsable era ser predecible, hacer cosas que uno no quería hacer y vivir con seriedad. Dejar la creatividad, la alegría, la espontaneidad y la fuerza vital relegadas a los espacios y momentos de ocio.

También nos fué enseñada la seguridad de tener un empleo y de trabajar para alguien ajeno y tener al final del mes más dinero y cosas en un no acabar nunca.

Nuestra innata creatividad y espontaneidad se fue velando gradualmente, fruto de nadar en un entorno que era como una piscina a menudo llenada de conformismo, resignación y frustración. Llenada del famoso “es lo que hay”.

En muchos casos, alguno de nuestros padres tenía algún anhelo, y cuando le dedicaban tiempo su rostro se iluminaba y volvía a brillar el tiempo justo hasta que se planteaba materializar alguno de sus sueños.

Era entonces que todas las sombras de sus pasados regresaban y les infundían el miedo de vivir la vida que realmente anhelaban vivir. Muchos de sus grandes proyectos y sueños morían antes de nacer. Miles nacieron al poco de nacer y unos pocos nacieron, crecieron, capearon las adversidades y florecieron.

Es de estos pocos, de los que quiero hablar aquí.

El camino para muchos de ellos comenzó, quizás inconscientemente, poniendo en cuestión las formas de vivir hasta entonces automatizadas, normalizadas e inconscientes.

Esta investigación destapó lo limitado de vivir copiando modelos ajenos, por amor o por miedo. Fué el valor y el riesgo lo que llevó a las personas a atraverse a soltar viejos patrones, sin saber a ciencia cierta lo que estaba por venir, estando dispuestos a no saber y a sentir miedo e incomodidad hasta que algo genuino, algo de inspiración divina, algo verdaderamente propio surgiese de ellos.

Es de compromisos como estos que la semilla de la creativdad, que siempre estuvo ahí, pudo transformarse en un brote. Un primera idea, un primer impulso, una intuición y mucha dosis de entrega y el camino comenzaba a tomar forma delante suyo.

Ninguna o muy poca seguridad recibían desde afuera, ya que desde el momento en el que habían tomado la determinación de ser ellos mismos, aunque ello implicase la inseguridad, el no saber o los nervios, desde aquel momento, habían sido silenciosa e inconscientemente rechazados por el resto; aquellos que no habían tenido los medios o el valor y la fuerza de confrontar las verdades que se hayaban en su interior.

Este destierro silencioso, era y a menudo es, uno de los precios que los seres humanos que han despertado a su individualidad real pagan. Un reto y un aprendizaje perenne: aprender a estar solo y a ser uno mismo.

Y es desde este espacio de estar solo desde el que la creatividad a menudo se ve nutrida y crece. El brote deja de ser brote y se convierte en planta.

Con esta transformación una nueva dimensión como quien dice, se abre ante estos valientes seres humanos. Siguen viviendo en el mundo del que provienen, pero a cierto nivel ya no forman parte de él, lo han trascendido.

Es un poco paradójico, porque es en los momentos en los que escuchamos los pulsos de la creatividad, los seguimos y estamos dispuestos a asumir los riesgos que comportan que nuestra confianza retorna y se renueva.

El deleite de saberse uno mismo es hermoso y deja paso a un gran reto que se cierne en el horizonte.

“Ahora que sé a grandes rasgos quién soy, que me nutro y ya no estoy vacío”, quizás el deseo de compartir la creatividad con los demás aparece.

La planta pugna por crecer y florecer, traer fruto. Ahora se presenta, quizás el mayor de los retos: “estoy dispuesto a entrar nuevamente en el mundo del que salí para ser yo mismo y compartir ahí mi genuina forma de ser y contribuir con los demás?

Y es aquí donde nos encontramos ahora en la historia humana de muchos de nosotros, a las puertas de aprender a compartir nuestra individualidad creativa con los demás.

Nos preguntamos cómo proseguirá esta historia, pero en todo caso, esperamos que la información y las acciones de esta fundación contribuyan con su ejemplo a avanzar en la educación de la individualidad creativa.

Marko Karlo Vlahovic y Caroline Bidault – Fundadores de AMYCA